MAYO 2020
UNA TRISTE DESPEDIDA
La comunidad científica colombiana perdió un gran maestro y amigo, Gustavo Kattan. Después de arduas batallas, como solo los heroes saben pelearlas, perdió la guerra contra la esclerosis esta primera semana de mayo. Gustavo fue un biólogo creativo y modesto, y siempre lo recordaré enseñando, contando historias sobre aves y haciéndole, en silencio, preguntas indiscretas a la naturaleza.
Lo conocí cuando era una estudiante de octavo semestre de biología en la Universidad del Valle. Gustavo, junto con su colega y esposa Carolina Murcia, tenían una fundación de investigación llamada EcoAndina. Biólogos y estudiantes se vinculaban a su organización para hacer ciencia de alta calidad en el Santuario de Flora y Fauna Otún Quimbaya en Risaralda, y por supuesto, para recibir entrenamiento de Gustavo y Carolina, quienes habían terminado sus doctorados en la Universidad de Florida en USA.
Por algunos meses fui voluntaria identificando artrópodos en las heces secas de Grallaria ruficapilla, las cuales habían sido estudiadas por Gustavo y William Beltrán (Aquí esta la publicación: https://doi.org/10.1017/S0959270902002149). Durante ese tiempo tuvimos charlas sobre el pensamiento crítico y el método científico, discutimos artículos científicos y recibí entrenamiento en radio telemetría. Gustavo, mis compañeras y yo iniciamos nuestro propio proyecto de investigación colectando escarabajos estafilínidos, pero llegó la época de la tesis de pregrado y nuestros escarabajos quedaron en el olvido. Sin embargo, quedaron esas primeras enseñanzas y conocí varios biólogos que ahora son profesores universitarios y con quienes me he topado más de una vez en mi vida profesional (https://doi.org/10.1017/S0266467404001610).
Unos años más tarde al obtener mi titulo de bióloga, Gustavo me dió la oportunidad de trabajar con Odontophorus hyperythrus en el SFF Otún Quimbaya. EcoAndina ya no era un grupo pequeño de personas que trabajaban en un apartamento, y se había convertido en una gran familia con una casa de dos pisos. Esos 18 meses trabajando en campo fueron unos de los más bonitos de mi carrera. Pasaba más tiempo persiguiendo perdices en el monte que haciendo vueltas en Cali, y Gustavo siempre nos impulsaba a encontrar maneras creativas de capturarlas y robarles sus secretos (https://doi.org/10.1111/j.1557-9263.2006.00026.x). Gracias a ese trabajo presente mi primera charla en un congreso y ganamos un premio a mejor ponencia.
En los años siguientes, Gustavo nunca dijo no a una carta de recomendación para mi, y estoy segura que gracias a sus palabras se abrieron varias puertas en mi camino. Él siempre fue paciente con mi torpeza como joven investigadora, honesto, amable y un buen guía en el camino de la ciencia. Me lo encontré dos veces en congresos antes de y al terminar mi doctorado. Siempre me sentí muy orgullosa de conocerlo, de haber trabajado con él y quería que él se sintiera orgulloso de mi y de mi trabajo. Ojalá haya visto la cosecha de esas semillas que plantó en mi cuando yo era una adolescente.
Me alegra mucho haber conocido a Gustavo y que fuera mi mentor. Gustavo y Carolina tal vez no se imaginan lo importantes que fueron como ejemplo de científicos y de pareja para todos los "EcoAndinos". Estoy segura que las publicaciones de Gustavo serán inmortales, pero también estoy segura que el amor y la admiración de sus cientos de pupilos serán indestructibles.
Escrito por: Karolina Fierro-Calderón
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